jueves, 15 de abril de 2010

VIAJE A TIERRA SANTA, (Día 7, Yad Vashem, Belén)

Día 7, Yad Vashem, Belén (Jueves, 1 de abril de 2010)

A las 8 estábamos convocados en el lobby del hotel para dirigirnos al museo Yad Vashen de Jerusalem o también conocido como museo del Holocausto. Ya preveía yo que este día no iba a ser mi día favorito del viaje, tenía la sospecha de que lo que iba a ver, leer y oír en ese museo no me iba a agradar demasiado, pero considerando que es una parte de la historia del pueblo judío que hay que conocer decidí asistir a la excursión e incluso entrar en el museo.
Atravesamos una puerta de forja que se asimilaba a una empalizada o una valla de algún campo de concentración y aparcamos en el parking del museo accedemos al hall del museo por una puerta giratoria, de ahí pasamos a la Avenida de los Justos de las Naciones en la que se encuentran unos 3000 árboles dedicados a las personas que han sido considerados “justos” por haber salvado una vida de un judío, sin ser judío y sin recibir nada a cambio, en el principio a cada uno de ellos se le dedicaba un árbol pero el número ya pasa de 22000 y los problemas de espacio no permiten que cada un tenga un árbol y ahora únicamente se inscribe su nombre en el muro del jardín de los justos. En la ceremonia pública de nombramiento al que asisten las autoridades y los representantes de la persona ayudada se le entrega al “justo” o sus familiares una medalla y un certificado y el gobierno de Israel le concede una pensión económica equivalente al salario medio israelí. Existe además un monumento en memoria de los justos anónimos, aquellos que ayudaron a algún judío y que no han sido reconocidos como “justos” con nombre y apellido.

Seguimos recorriendo la avenida y llegamos a la plaza del gueto de Varsovia en la que hay dos esculturas en la pared, una que representa la huida de los judíos y otra que representa el levantamiento de Varsovia encabezado por Mordejai Anielevich.

Entramos a las dependencias del museo donde nos recibe uno de los responsables y nos muestra una pitillera de nácar donada al museo por Eric Frattini, que nos cuenta como llegó a él y mientras se nos permite hacernos fotos con el objeto, teniendo cuidado de no tocarla ni siquiera para voltearla, Eric recibe una copia de la ficha de producto en la que deben constar las características del objeto, la fecha de entrega y el donante, imagino que será eso porque está en hebreo y no entiendo nada.

Terminada la sesión con la pitillera continuamos hasta la Sala de la Memoria, considerada lugar santo es preciso que los caballeros nos cubramos la cabeza con sombreros o con la kipá, se trata de un edificio de hormigón muy sobrio y en su interior una enorme lápida en la que aparecen los nombres de los campos de exterminio donde murieron los 6.000.000 de judíos y bajo ella, cenizas traídas de los hornos crematorios de los campos con la esperanza de que todos los judíos eliminados en ellos estén “enterrados” en ese lugar. Encima de la lápida hay una llama eterna que está encendida permanentemente. Todas las visitas oficiales al estado de Israel comienzan en ese lugar depositando coronas de flores en memoria de las victimas del holocausto y todavía pudimos observar unos ramos seguramente de la última visita.

En la puerta de ese edificio, Ricky, el guía, nos cuenta la historia de su familia muchos de ellos muertos en el campo de Majdanek y nos enseña el pasaporte alemán de su abuela, única superviviente de la familia, en el que aparece su padre siendo un niño, en el momento de su huida hasta Uruguay. Este momento resulta muy emotivo y puedo observar lágrimas en las mejillas de alguna de las señoras e incluso la voz de Ricky tiembla durante la explicación, me impacta que algo que ha contado decenas de veces todavía le haga tragar saliva.

Es el momento de entrar al museo histórico, antes de pasar debemos llevar a consigna las mochilas y bolsos grandes y comenzar por ese recorrido serpenteante a través de fotos, textos, objetos y dibujos que cuentan la macabra historia.
Sin detenerme demasiado voy recorriendo las dependencias hasta llegar al final a la sala de los nombres, una sala circular con un cono en el centro que asciende hacia el cielo con infinidad de fotografías y en las paredes estanterías con tomos numerados donde se archiva la documentación de los judíos exterminados y con sitio para completar los datos que continuamente se van conociendo.

Cuando sales del museo, se abre una ventana a la luz de la ciudad de Jerusalem, una ventana a la esperanza de que lo mostrado allí no vuelva a repetirse jamás.

El tiempo para visitar el museo y apreciar cada una de las piezas allí mostrada tenía que ser por fuerza amplio, pero a mí me sobró muchísimo que ocupé en tomar un zumo en la cafetería mientras esperaba a completar la expedición.

Todos juntos nos dirigimos hacia otro edificio donde se conmemora la memoria de los niños asesinados en el holocausto. Había tenido bastante con el otro museo y decidí no entrar, el sufrimiento de los niños me supera, acompañado por alguno que tampoco quiso entrar dimos la vuelta al edificio para reencontrarnos con el resto a la salida. Luego me contaron que lo que había dentro era una llama reflejada por multitud de espejos dando la sensación de un millón de llamas y una continúa letanía de nombres, edades y países de los niños muertos. Me alegré de haber tomado la decisión de quedarme fuera, todavía ahora se me encoge el estómago cuando lo recuerdo para escribirlo.

Pasamos a recoger nuestras pertenencias de consigna y nos vamos al autobús para irnos a comer.
Creo que todavía me duraba la consternación porque no recuerdo lo que nos pusieron para comer, únicamente consigo recordar que para postre había un líquido cremoso naranja en un pequeño vasito cuadrado.

Una vez terminada la comida salimos en autobús dirección a Belén. Al tratarse de una ciudad autónoma de la autoridad palestina, al llegar al muro donde está la frontera tuvimos que dejar al guía y el autobús y pasar a pie acompañados por el guía palestino, atravesamos la reja del torno, cruzamos el muro y por un estrecho paso entre alambradas y en fila de a uno llegamos a Palestina,

nos espera otro autobús que nos llevaría a la Basílica de la Natividad, tardamos poco rato en llegar y rápidamente atravesamos la pequeña puerta de la basílica, construida así para evitar la entrada de los cruzados a caballo y nos colocamos en la cola para acceder a la gruta, en la propia fila el guía nos va explicando las características de aquella iglesia administrada por los ortodoxos, los armenios y los católicos, vamos avanzando y pasamos una puerta que se cerraría en breve para el oficio de las 5 de la tarde, seguimos en la fila y vemos una misa armenia en la capilla administrada por esa iglesia, seguimos hacía la pequeña puerta que da paso a la gruta a la que se accede por una escalera semicircular, que vamos ocupando en una hábil maniobra envolvente para conseguir que no se nos cuele nadie y poder pasar todos juntos,

descendemos hasta la estrella de Belén donde nació Jesús y uno a uno vamos pasando por la estrella, a nuestra espalda queda el Altar de los Reyes Magos donde está la capilla del pesebre en el que fue depositado Jesús. Allá abajo estábamos cuando las beguinas ubicadas en el Altar de la Natividad empezaron a cantar el Pater Noster y las seguimos todos, al principio bajito para no molestar a los armenios y luego más alto cuando el guía nos indico que habían terminado. De nuevo un momento muy emocionante, ¡un padrenuestro en latín en la capilla de la natividad!

Salimos de la gruta y subimos a la iglesia, el guía nos explicó los mosaicos del suelo y los frescos de las paredes. Pasamos a la iglesia franciscana de Santa Catalina anexa a la basílica y descendimos a la gruta de San Jerónimo que comunica con la gruta de la natividad y por donde los franciscanos procesionan con el niño Jesús.

Salimos a la calle y pudimos observar las tres cruces sobre la iglesia, la ortodoxa, la armenia y la de Jerusalem que representa a los católicos, estábamos en esa explicación cuando el muecín de la Mezquita de Omar llamó a oración con un volumen tal de la megafonía que nos obligó a marchar de allí hacia el autobús. El guía nos llevó a la tienda de los Hermanos Lama para adquirir souvenirs, nada más entrar café o té para todos, explicación de los productos y reparto de unos cestillos donde ir depositando las compras. A medida que íbamos terminando, íbamos saliendo al bar de enfrente y en el momento previsto montamos en el autobús para volver a Israel, en el camino paramos para observar una vista general de la ciudad de Belén con la Basílica de la Natividad, el castillo de Herodes o el campo de los pastores.

Volvemos a atravesar el pasillo de alambrada que nos lleva al muro de la frontera, pasamos la reja del torno mostrando el pasaporte a un guardia que está en la garita acristalada y que perfectamente podía ser un muñeco porque no hace ningún movimiento.

Recuperamos nuestro autobús y nuestro guía y marchamos al hotel, tal era la hora que no había tiempo de bajar hasta la cuidad vieja y tampoco podíamos bajar a cenar así que decidimos ir a visitar el bar de nuestro “amigo” palestino, entramos en él y un golpe de luz nos sorprendió al entrar, la cubierta traslúcida de policarbonato confiere al local una luz natural nada común en bares de copas. Pedimos unas Maccabee y rápidamente nos montan una mesa larga para todos, como acompañamiento de la cerveza unas tiras de pan de pita fritas que parecían calamares y unos encurtidos, pedimos otra ronda de cervezas y al momento se nos acerca un joven camarero con una bandeja de chupitos de whisky, uno por cabeza, y como quiera que hay gente que, incomprensiblemente no les gusta, tuvimos que esforzarnos algunos y dar buena cuenta de ellos.
Enseguida llegó el jefe, nuestro “amigo”, que se llama Sef y nos indicó que por la noche había fiesta palestina y que nos esperaba.
Nos terminamos las cervezas y los whiskys y fuimos a cenar al hotel.

Después de cenar volvimos a ver la fiesta y resultó ser un conciertillo de un cantautor local que tocaba una especie de bandurria llamada Ud y que es el instrumento islámico por excelencia, y que obviamente nos dejaron para que Pili y Charo hicieran sus pinitos con ese instrumento, pero que según sus palabras “no sonaba bien porque no estaba afinado igual que nuestra guitarra”. Terminada mi consumición me fui para el hotel en compañía de Paco, el resto se quedaron un rato más y seguramente con alguna cerveza más.

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