miércoles, 21 de diciembre de 2011

JORNADAS MEDIEVALES EN ALCORA (Castellón)

No osará este escribano modificar, añadir o eliminar ni tan siquiera una coma del escrito de su Maestre en el que este relata los sucedidos en tierras de Alcora, y por ello ahí va tal y como fue recibido

Sábado tres de diciembre, eran las siete de la mañana cuando la expedición comenzaba a partir de Teruel. Las nueve sería buena hora para llegar a Alcora. Aunque alguno no estaba muy entusiasmado con tener que madrugar el fin de semana, no podíamos llegar tarde al llamamiento que los Caballeros de Urrea y las Damas de Alcalatén, habían hecho a nuestra Encomienda y a las Beguinas para participar en la conquista de aquella Villa.

Como estaba previsto y tras un pequeño titubeo para localizar el hostal donde pernoctaríamos, fuimos llegando escalonadamente, primero Dª Ángela, DªAndrea, Dª Aldonza y Freire Sancho. Estábamos descargando cuando aparecieron Dª Gimena, Dª Toda, Feire Ximenus, Feire
Gerinaldo y Feire Izquierdo y un poco después llegaban Sor Ana y Feire Juan el de Bezas.

Una vez ataviados para la ocasión decidimos cargar con nuestro armamento, hierros y demás impedimenta, desechando la idea de trasladarlos en algún medio de transporte pues nos informaron que seria muy difícil aparcar cerca del campamento.

Así pues a las diez de la mañana estábamos en el lugar de reunión y hacíamos la entrada en el campamento y en el siglo XIII y más concretamente en el año 1233.

Allí fuimos recibidos por los anfitriones y saludamos a las gentes llegadas de otros lugares para la ocasión, damas, caballeros, mesnaderos y mercenarios de Zaragoza, Valencia y D’Uixó; almogávares de Teruel y Almansa; templarios de Rubielos y Castellón; calatravos de Alcañiz; damas, miembros de la Iglesia y músicos de Teruel y, sorpresa los hermanos Hospitalarios de Valladolid (llevaban por allá una semana con la niebla sobre la cabeza y decidieron buscar otras tierras donde luciera el sol)

Con el madrugón, el cambio de ropajes y pertrecharnos para el acontecimiento que se avecinaba no había quedado tiempo de echarnos algo al cuerpo. No hubo problema, allí nos esperaban los
amigos de Urrea y las de Alcalatén con buen jamón de nuestra tierra, queso y vino. Había que prepararse para la dura batalla.

Una vez que hubimos retomado fuerzas, comenzó a notarse gran ajetreo en el campamento. Caballeros, mercenarios, arqueros, mesnaderos, almogávares, freires de las órdenes militares y demás gentes comenzaban a prepararse para el asalto a la Villa. Por doquier se vestían gambesones, cotas de malla y cascos, se ceñían espadas y dagas, se asían lanzas, se tensaban arcos y ballestas, se izaban pendones y se hacían redoblar timbales y sonar cuernos, gaitas y dulzainas. Todo estaba preparado y las tropas perfectamente pertrechas, iniciaban la marcha dispuestas a asaltar el recinto amurallado.

Llegados al portal de Marco y ante la negativa de los sarracenos de rendir la plaza se desencadenó la batalla, derribado el portón con un ariete las tropas penetran en el recinto derrotando a los defensores.

Tras la conquista, los ejércitos aragoneses desfilan victoriosos por la Villa, acompañando al rey Jaime. En la plaza esperan las damas de Alcalatén, Beguinas y resto de damas y allí mismo se da lectura al Acta de Donación por la que el rey entrega la Tenencía de Alcalatén, a Pedro Ximénez de Urrea, en agradecimiento por los servicios prestados a la corona.

Terminada la conquista y los actos posteriores, nos retiramos al campamento pues nos habíamos ganado un merecido descanso. Sin desprendernos del armamento y al grito de ¡la cerveza que no falte! tomamos la cantina y allí permanecimos departiendo con viejos y nuevos conocidos.

En estas faenas estábamos cuando vimos que nuestros anfitriones se disponían a colocar tableros y alpacas. No era difícil imaginar que se trataba de nuestros aposentos para reponer fuerzas después del esfuerzo realizado por la mañana. Así que como el hambre azuzaba, dimos un descanso al tabernero y nos dispusimos a echarles una mano.

Al poco nos encontrábamos sentados delante de un cuenco dando buena cuenta de un guiso de carne con patatas y verduras que nos templaba el cuerpo, seguimos con esos frutos que abundan por estas tierras y que llaman mandarinas, de las que repetimos y repetimos, terminando con postres y dulces elaborados por las damas, acompañados de un líquido negro al que creo que ahora llaman café. A continuación nos dispusimos a hacer una pequeña sobremesa en otra taberna cercana al campamento y así degustar algún que otro líquido más infernal.

Terminada la tertulia y como hasta las siete de la tarde no teníamos obligación alguna, unos y unas optaron por retirarse a descansar y reponerse del madrugón. Otros y otras fuimos a recorrer la villa conquistada por la mañana, recorriendo sus callejuelas con puestos de mercado donde se vendía de casi todo. Nos llamó la atención uno sobre los demás, pues en él se expendía cerveza artesanal con varias texturas que fabricaba el mismo tabernero. Nos gustó el producto, así que le hicimos varias visitas a lo largo de la tarde pues había que probar todas las texturas y no terminábamos de decidirnos por alguna de ellas.

La tarde también tuvo su parte cultural, pues visitamos el recién inaugurado nuevo Museo de Cerámica de Alcora. En él puede contemplarse la tradicional cerámica de Alcora (desde la Real Fábrica hasta el presente), la cerámica contemporánea y la alfarería popular.

A las siete de la tarde se vuelven a concentrar en el campamento tropas, damas y demás acompañantes para iniciar el desfile funeral por los caídos en la batalla. La comitiva portando
antorchas recorre las principales calles de la villa acompañando el catafalco de uno de los caballeros de Urrea, caído en la contienda. Las Beguinas de Teruel y de Alcora entonan cantos durante el recorrido.

De nuevo en el campamento, los Caballeros de Urrea y las Damas de Alcalatén, en un entrañable acto, hacen entrega de un recuerdo conmemorativo a todos los grupos participantes en el
evento.


Terminado el acto nos desplazamos al centro de la villa, donde en una de sus calles se había dispuesto todo para la cena. En ella degustamos un asado a base de morcilla, chorizo, panceta,
churrasco y no se que mas, del que dimos buena cuenta. A los postres, el concejal de fiestas y la alcaldesa felicitan a los organizadores por éxito de la jornada y dan las gracias a todos los participantes. Finalizada la cena buscamos otra taberna donde poder tomar al gusto de cada cual, cafés, infusiones y algunas copas. Tras otra agradable tertulia nos retiramos a nuestros aposentos pues el sueño y el cansancio empezaban a pesar.

Despertamos el domingo, después del reparador sueño, con nuevas energías. Habíamos quedado sobre las nueve para continuar con el festejo de la villa. De camino al campamento parte de la tropa y las damas se quedaron en una cafetería-pastelería para tomar un desayuno.
Como el que suscribe no es muy dulzainero (de dulce), decidí seguir hasta el campamento y entrar de nuevo en el siglo XIII. A mi llegada ya comenzaba a haber movimiento y nos faltó tiempo para organizar unas mesas y aposentos para almorzar (que no desayunar). A fe mía que aquello era mas interesante que las dulzainas (de dulce) del siglo XXI. Enseguida comenzaron a funcionar los cuchillos fileteando jamones, cortando quesos y rebanando las enormes hogazas
de pan recién cocido. Manjares que fuimos devorando acompañados de tomate, aceite, olivas de la tierra y buen vino de la bodega de algún caballero de la villa. Por cierto que los del desayuno aún llegaron a tiempo y se sumaron al almuerzo.

Realizada la primera faena de la mañana y mientras algunas gentes de armas se dedican al pillaje extorsionando a artesanos y mercaderes, nosotros tomamos la vía pacífica y recorremos de nuevo
las calles de la villa, visitando el mercado y mercando alguna que otra cosa.

Llegado el medio día acudimos a la plaza donde se celebra el acogimiento y censado de familias que llegadas del Alto Aragón repueblan y fundan la comarca de Alcalatén. En esto estábamos
cuando algunas de las repobladoras vinieron a pedir ayuda, pues se habían quedado sin pareja. Así que este freire tubo que tornar hábito y espada por prendas civiles para participar en el reparto. No fue mal la cosa pues nos adjudicaron dos alquerías en los alrededores de la villa. Así que decimos con mi pareja que lo mejor sería repartir las alquerías y seguir cada uno su camino. Allí quedé pensando si colgaba el hábito dejando la encomienda y me quedaba en la alquería cuando llegaron los freires para celebrar el acontecimiento con unas jarras.

Acabados los actos oficiales quedamos departiendo con Ximen de Urrea, y que mejor sitio que el puesto del maestro cervecero, con quien como no podía ser de otra manera, habíamos entablando una buena relación. Entre jarra y jarra se fue creando una tertulia matutina con las gentes de la villa que se acercaban y nos expresaban su satisfacción por lo que habían visto y vivido en estas jornadas. También atendimos a la TV local que se interesó por quienes éramos, nuestra procedencia y nuestra opinión sobre el evento.

Aún hubo tiempo de acercarnos al museo donde un alfarero daba forma a distintos cacharros modelando el barro. Que fácil lo hacía. Nos animó a coger un pegote de barro y trasformarlo en un utensilio. Sentí curiosidad y no puede rechazar el ofrecimiento, así que me puse manos a al obra siguiendo sus indicaciones, pero mis torpes manos tuvieron que ser guiadas por las suyas. Al final el barro se transformo en una jarra que quizás la podamos estrenar allá por febrero.

De allí emprendimos camino al campamento pues esperaban los cocineros para servirnos un potaje de garbanzos, del que dimos buena cuenta así como de las mandarinas, de las que repetimos y repetimos.

Aprovechando los postres y dulces de las damas de Alcalatén, procedimos a hacer entrega a nuestros anfitriones de los recuerdos que habíamos llevado desde Tirwal, una estrella mudéjar con el logotipo de nuestra Encomienda y un botellón del apreciado Noccino.

Ni que decir tiene que por aclamación popular se abrió la botella y con su contenido brindamos por el evento por sus artífices y para volvernos a reunir en otra edición.

La tarde se echaba encima y era momento de retirarse. Despedidas, abrazos, besos, felicitaciones, allí quedaban unos amigos con los que habíamos pasado unos buenos momentos.

Dejamos el campamento y comenzamos la ascensión por las empinadas calles de la Villa de Alcora, volvíamos por donde habíamos llegado el día anterior, entonces pensé en la alquería que
me habían otorgado pero ¡horror!, ¡no tenía papeles!, en estas cosas siempre hay gato encerrado. Con estas elucubraciones llegamos al hostal, tornamos de nuevo nuestros ropajes, cargamos
armas, cotas, pendones y demás cosas en los coches y nos adentramos en el siglo XXI camino de Teruel.

Gracias a Pili y a Marcos, gracias a todos los Caballeros de Urrea y a las Damas de Alcalatén, habéis hecho un buen trabajo.