lunes, 30 de agosto de 2010

RUBIELOS DE MORA, Otra crónica

Después de haber compartido desfile, capítulo templario y taberna, el Maestre de la Encomienda de Alcora ha tenido a bien remitirnos sus impresionies sobre lo acontecido en la Villa de Rubielos y que han sido recogidas en la crónica que apareció en el diario digital elperiodic.com y que a continuación os presentamos:


CABALLEROS TEMPLARIOS EN RUBIELOS

Los caminos de Alcora nos llevan por tortuosas carreteras y profundos barrancos a la bella ciudad turolense de Rubielos de Mora. Van sucediéndose las villas, como nidos de águila colgados en las rocas escarpadas de atalayas inexpugnables. Hacia Rubielos cabalgan los Caballeros de Urrea y las Damas de Alcalatén en reciente asociación, con su encomienda Templaria. Son invitados a la ceremonia iniciática de juramento de siete caballeros, en la iglesia parroquial y antigua colegiata de Santa María la Mayor de Rubielos de Mora.
Esta bella ciudad, se ha engalanado para la fiesta medieval con pendones, catafalcos, estandartes y un pintoresco mercado de los más variados oficios, ofreciendo artesanía y exquisiteces. A la llegada, la agrupación alcorense compuesta por varios caballeros, entre los que destacan Ximeno de Urrea y el maestre de la Encomienda Templaria, saludan a varios grupos procedentes de Castellón, Vall d’Uxó y Teruel. Una ordenada salida en formación lleva a los congregados a la sala capitular del ayuntamiento de la Villa, y desde allí, desfilar hasta la Colegiata donde tendrá lugar el acto de Juramento. Las estrechas calles rubielanas, tortuosas, pulcras y entoldadas con soberbios artesonados, son un magnífico escenario natural para retroceder en el tiempo.
Si entornas los ojos despacio, observas los movimientos de mercaderes, bufones, artesanos, juglares, cortesanos, damas nobles y sobre todo, guerreros. Caballeros venidos de plena edad media, con sus yelmos, espadas, cotas de malla, lanzas y las túnicas -blancas en este caso, con la cruz roja pateada-, enseña templaria ineludible que nos acerca por momentos, al acto central del juramento de postulantes a la orden del Temple, que los convertirá en soldados de Cristo. El interior del templo da un momentáneo respiro al calor sofocante de agosto. El Maestre, Senescal y Sacerdote, presiden desde el presbiterio el acto solemne. A su izquierda los pendones de las distintas hermandades venidas de lejos, con sus representantes, junto al Baile de la ciudad. Frente a ellos y arrodillados los futuros templarios en tensa espera. Todo tiene un aire místico y profundo, la gestualidad, los atuendos, las voces, el ritual...”...no permanecen nunca ociosos...arreglan sus ropas rotas, sus armaduras...se cortan los cabellos, se bañan raramente, se ven desaliñados, pestilentes, maculados por el calor y la loriga, negros de polvo y bronceados como su armadura...”
Y les dan su ajuar, “dos camisas, dos pares de calzas de burel, un sayón, una pelliza, dos mantos uno de invierno forrado de oveja o carnero, el sayón cortado para facilitar los movimientos y la capa blanca inmaculada como debía ser su alma. En lo militar, una loriga (cota de malla), un par de calzas de hierro, un casco, un yelmo...una espada de doble filo, una lanza de madera de fresno y punta de hierro, un escudo triangular, tres cuchillos y una gualdrapa (faldón de los caballos)...”
El Senescal armó a los caballeros, el Maestre formuló el juramento y las voces varoniles resonaron por las bóvedas del templo. El tiempo retrocedió ocho siglos, y todos los allí presentes sentimos estar viviendo algo muy especial. Tuvimos el privilegio de contemplar en parte, una ceremonia iniciática, ancestral y secreta, oficiada con respeto y dignidad.
Concluido el acto los Caballeros de Alcora, pudimos departir con los Templarios de Vall d’Uixó, los Templers de Castellón, los de Teruel, y por supuesto los Templarios anfitriones de Rubielos de Mora, con quienes participamos por el pueblo en una especie de Pregón. Recorrimos el mercado y sus puestos, tan variados como interesantes, entre el jolgorio del público congregado y los distintos aromas, que envolvían el aire por entre aquellos estrechos callejones. Siguió la cena con unas migas con huevo frito, vino y cerveza, carne con patatas y helado.
Por la noche, entrada desde el convento de agustinas al casco urbano, con antorchas y sonido de tambores. Se juntaron un carromato prisión, danzarinas moras y jinetes ataviados con las capas de la Encomienda Templaria y Hospitalaria de Teruel, y de nuestros caballeros de Alcora. Recorrido histórico y emotivo hasta la plaza, donde se representó una escenificación histórica, acabando la jornada muy entrada la madrugada. El día siguiente prosiguió el ambiente medieval y la clausura de unos actos sobrios, coloristas y llenos de encanto. Agradecidos a cuantos forjaron la invitación y se volcaron con los bisoños caballeros alcorinos, Caballeros de Urrea y Damas de l’Alcalatén: Templarios de Rubielos de Mora, Cavallers i Dames d’Uixó, Templers de Castelló y muy especialmente a la encomienda Templaria y Hospitalaria de Teruel, junto a sus monjas Beguinas, a quienes torturamos a preguntas sobre indumentaria y otras cosas, espero nos disculparan.
Conclusión. Cualquier tema relacionado con los templarios, es apasionante y te traslada a remotos tiempos no exentos de misterio. Desde la muerte de su fundador Hugo de Payns, en el siglo XII hasta hoy, los Militum Cristi han forjado numerosas leyendas. Fueron aniquilados con ferocidad por los intereses bastardos de un rey ambicioso, y un papa títere. Pero una cosa queda clara, su espíritu vive en la actualidad entre hombres revestidos de blanco sayal y cruz roja pateada, con cota de malla y espada al cinto, auténtica o toledana. Lo que nunca podrás saber, si se trata de una mera recreación festiva, folklórica y colorista. O ciertamente, el lema templario bulle en sus venas y es mucho más de lo que a simple vista se pudiera ver. “Non nobis Domine, non nobis sed Nomini tuo da gloriam”.
VICENTE ALBARO

martes, 24 de agosto de 2010

RUBIELOS DE MORA (TERUEL)

Nuestra Encomienda había recibido invitación para participar en el Capítulo Templario que iba a tener lugar en la localidad de Rubielos de Mora.

Según el documento recibido, los templarios de la mencionada localidad iban a oficiar la ceremonia de ingreso de varios miembros en su encomienda, y para ello habían solicitado la presencia de encomiendas próximas para que oficiaran como testigos de lo que allí iba a suceder.

La convocatoria estaba fijada para vísperas del día 20 de agosto, así que pasando algo más de una hora de la hora nona partíamos desde Teruel en nuestro carruaje en dirección a Rubielos.

Arribábamos una hora más tarde y allí nos esperaba Freire Alonso de la Civera y la Beguina Alda de Beselga que ejercerían de anfitriones.
En llegando y aparcando nuestro carruaje, nos encontramos con Freire Timoteo de Gúdar que acababa de llegar y ya estaba casi dispuesto.

Cambiamos nuestros ropajes de viaje por sobrevestas y capas albas adecuadas para la ceremonia y partimos hacia el lugar desde el que iniciaríamos el desfile.

Como quiera que todavía no se había alcanzado la hora fijada y que el calor era sofocante hicimos un alto en la posada para tomar un refrigerio antes de partir definitivamente hacia las afueras de la muralla donde nos esperaban el resto de las encomiendas invitadas.

Formados para el desfile fuimos acompañados por el Senescal de los templarios de Rubielos hasta la sede del Concejo de la Villa donde fuimos recibidos por el Maestre de la Encomienda y por el Alcalde de la Villa.

Cobijados a la fresca del señorial edificio, aguardamos hasta que todos los invitados a la ceremonia hubieron llegado.

Completada la convocatoria se recompuso la comitiva y se comenzó el desfile por las engalanadas calles de la villa. Sorteando puestos del mercado medieval y visitantes llegamos a la plaza de la sombra y de ahí a la puerta principal de la Iglesia de Santa María.

La puerta estaba cerrada y el Maestre dio los tres golpes que debían servir de contraseña para que ese portalón dejará paso al interior del templo.

Los Maestres y Gonfaloneros de las distintas encomiendas aguardaron en el exterior mientras que el resto de la comitiva ocupábamos los lugares reservados en los primeros bancos de la iglesia.

Una vez en nuestra posición pudimos observar la cuidada puesta en escena compuesta por un reclinatorio para siete candidatos con siete capas perfectamente plegadas, detrás un grupo de armas compuesto por un yelmo, un hacha, una maza y una espada, a ambos lados del reclinatorio dos grupos de tres lanzas atadas en trípode con sendos estandartes blanquinegros y escudos a sus pies, una mesa para los cinturones y las limosneras a la izquierda y un soporte para las siete espadas a la derecha, justo delante la mesa del altar con dos grandes velones encendidos, tras ella tres escaños ocupados por el Maestre en el centro el Senescal a su derecha y el capellán a la izquierda. A la derecha de este cuadro un escaño para el Alcalde y otros escaños para los Maestres de las encomiendas y tras ellos un banco para los gonfaloneros y a la izquierda dos escaños más para los notables de la encomienda. En lo más alto del cuadro el Gonfalonero de Rubielos con el estandarte blanco y negro de la Encomienda.

Comienza la ceremonia con la entrada de los siete candidatos desde la sacristía, acompañados por los hermanos de la encomienda son llevados hasta el coro para que manifiesten sus intenciones y su compromiso, contestadas las preguntas de rigor son llevados hasta el reclinatorio donde escuchan las palabras del Senescal que da por iniciado el capítulo.
La ceremonia continua con la entrega a los candidatos de los cinturones de armar, las espadas, las limosneras y la bendición de las cruces que el capellán cuelga en el cuello de los candidatos.
El Maestre toma la palabra y tras unas reflexiones sobre la vida en la encomienda impone la capa blanca con la cruz roja que los identificará como Templarios. Tras esto los candidatos abandonan su posición y concluye la ceremonia con la entrega de un pergamino a cada uno de los Maestres invitados y al Alcalde de la Villa.

Toda la comitiva es convocada en la plaza del sol donde se encuentra ubicada la taberna para aplacar la sed con unas cervezas.

En estas estábamos cuando muchos de los templarios participantes abandonaron el lugar para asistir al pregón, unos en deferencia al pregonero que acababa de oficiar de narrador en la ceremonia y otros en respuesta a la solicitud del Alcalde. Nosotros, que no debíamos nada a nadie, continuamos tertuliando en la taberna.
Curioso fue el momento en que el Maestre de la Encomienda de Alcora se dirigió a nosotros y en el tono jocoso nos dice: "Vosotros ,¿qué? ¿acabáis de llegar de Tierra Santa?". El tiempo nos faltó para hacer referencia a nuestro último viaje a Jerusalén.
Continuamos departiendo con unos y con otros y tomando algunas cervezas más.
Partimos de allí para dar una vuelta por la villa hasta la hora de la cena que estaba prevista media hora antes de completas y aprovechar para repasar nuestras espadas en la herrería .

El tiempo se nos echó encima y pasadas eran ya completas cuando regresábamos a la taberna donde nos esperaba el Maestre anfitrión quien nos instó a ocupar nuestros lugares para poder comenzar a degustar unas migas con huevo frito regadas con jarras de vino o cerveza, antes de comenzar con el segundo fuimos requeridos por el herrero de la villa para ayudarle a guardar los enseres propios de la herrería y allá que fuimos, recogimos todo en el claustro de las hermanas agustinas, momento este que aproveché para adquirir un trozo de membrillo casero y unos almendrados para el postre. A la vuelta ya teníamos sobre la mesa un plato de filetes de lomo con patatas y para concluir un helado de fresa. Degustamos los dulces de las monjas y unos orujos que nos sirvieron para brindar por los presentes y también por los ausentes.
El acto concluyó con la entrega de presentes al Maestre anfitrión y algunas de las personas que habían colaborado en la ceremonia.

La salida desde la taberna debía hacerse en desfile hasta extramuros donde deberíamos acompañar a los actores, bailarinas y jinetes hasta la plaza de la villa.

Cuál fue nuestra sorpresa cuando vimos que los jinetes no iban adecuadamente ataviados para el desfile, rápidamente Freire Alonso propuso a nuestro Maestre la solución y éste ordenó que les prestáramos nuestras capas blancas.

Ahora estaba todo preparado para comenzar la marcha, llegamos a la plaza de la sombra donde comenzaron los bailes y la representación teatral sobre una taberna, una infidelidad y una brujería que continuará al día siguiente.

Terminada nuestra participación en la representación, recorrimos las tabernas de la villa hasta que faltando una hora para la hora prima nos retiramos a nuestros aposentos.

Amanecíamos al día siguiente bastante después de tercias, casi más cerca de sextas y después de ataviarnos fuimos hasta el escenario donde aguardamos los dances de las bailarinas y la representación teatral en la que tomaba parte nuestro hermano de la Civera y que debía concluir con la elección del Justicia y la conclusión del juicio por brujería.

Concluida la obra y tras tomar un refrigerio de despedida retomamos nuestro carruaje y emprendimos viaje de regreso hasta tierras de Teruel.