jueves, 6 de octubre de 2011

LA PARTIDA DE DIEGO 2011

Según un dicho popular “De una boda sale otra”, o mejor dicho “de una boda sale otra fiesta” pues esto es lo que realmente ocurrió en Febrero de 2011 donde tras aquellas Bodas de Isabel de Segura surgió esta otra fiesta medieval que a partir de ahora se dará a conocer como “La partida de Diego”. Según contaba la organización se constituiría un campamento militar en el que nuestra encomienda podría tener su sitio, como consecuencia de ello convocamos una reunión para debatir si considerábamos adecuado acompañar a Diego en su partida hacia tierras castellanas donde combatiría contra el infiel y en su caso cual sería nuestra implicación en el campamento.

Todos los lectores de las crónicas de la encomienda son bien conocedores de la organización tan particular que acompaña a nuestros eventos y así después de haber decidido participar en la fiesta medieval y de optar por instalar nuestra haima en el parque de los fueros, que era el lugar elegido para ubicar el campamento, solicitamos el pronunciamiento de los hermanos para la asistencia a las comidas y así que el hermano cocinero pudiera hacer sus previsiones de manera más a menos acertada -El que fue cocinero antes que fraile, lo que pasa en la cocina bien lo sabe-. Siguiendo nuestra costumbre la evolución de inscritos fue como sigue, el mensaje inicial se envió el día 22 de septiembre, el 23 había ocho inscritos, el 26 éramos catorce, el 27 diecinueve, el 28 veintiuno, el 29 veinte y el 30 veintidós, teniendo en cuenta que la fiesta comenzaba ese mismo día 30, ¡no estaba del todo mal!

El jueves quedamos a cargar los bártulos que necesitaremos en el campamento -Más vale cargar la carga que arrear la mula-, allí nos encontramos el freire de Concud que conducía la gran carreta, el freire de Lienda, el de Bezas, el de Danluma y un servidor,

El viernes a montar la haima y toda su impedimenta, mis ocupaciones no me permitieron asistir a esta actividad y como “Imaginación hace cuerpo de lo que es visión”, no daré fe de lo que no he vivido y dejaremos este episodio sin relatar, el caso es que el resultado fue satisfactorio.
Desde el campamento hubo un traslado general hasta el centro para ver cómo eran convocadas las gentes de Teruel a la cruzada según los edictos de Inocencio III y Pedro II de Aragón -Para el que no tiene capa, tan bueno es el Rey como el Papa-, y tras eso, reunión en la haima para echar un bocado. En llegando a la haima el Freire de Martín había conseguido llevar la luz al interior y por si aquello no fuera suficiente fuera ardía una hoguera bastante aparente, que aunque realmente el frío no era intenso un arrimón al fuego se agradecía -La hoguera no se doblega, si más leña se le agrega-.
Dimos cuenta del queso que teníamos preparado para todo el fin de semana así como de medio jamón -Jamón empezado, pronto mediado; jamón mediado, pronto acabado- y varios botes de tomate triturado para restregar en el pan, todo ello regado de vino traído de tierras de las vascongadas por nuestro hermano el freire de Pernía -Con buen queso y mejor vino, más corto se hace el camino-.

Fuimos convocados al día siguiente en torno a las 10 de la mañana para comenzar con un almuerzo a base de huevos fritos y conserva, a la hora citada no había nadie salvo el freire de Toroel y el de Lienda, -No por mucho madrugar amanece más temprano- decidieron esperar hasta que hubiera más afluencia. Cuando hubimos llegado el de Perales y un servidor decidimos comenzar a descargar la carreta antes de empezar con placeres más mundanos, en esas estábamos cuando fui interceptado por un personaje que me tuvo casi una hora agarrado al trípode del caldero mientras me explicaba su intención de pertenecer a nuestra encomienda por motivos que no vienen al caso -A muy hablador, discreto oidor- y mientras mis hermanos pasaban y repasaban a nuestro lado con bultos o sin ellos hasta que descargaron por completo la carreta de las pertenencias. Cuando me hube librado de aquel personaje me acerqué a la haima y como “pan con sudor sabe mejor” por fin pudimos comenzar con el almuerzo que dada la hora en la que nos encontrábamos ya no pudo ser de huevos fritos y tuvimos que conformarnos con algo de conserva fría y bocatillas de jamón.

Terminada la preparación de los útiles en las haimas tocaba comenzar con las tareas propias del campamento, y así unos cuantos comenzaron con el remiendo de cotas de malla, otros intentaron continuar con la elaboración de escudos, -Comer sin trabajar, no se debe tolerar- y un servidor acompañado por el Freire de la Civera nos liamos a pelar patatas –La obligación es primero que la devoción- que serían la base de una comida venida de tierras del norte y a la que llaman marmitako, 12 kg de patatas peladas y adecuadamente troceadas acompañarían al pimiento verde, a la cebolla y a los pimientos choriceros en la marmita que adornaba la entrada de nuestra haima. Terminada la labor de las patatas marché con el de la Civera y con el de Lienda a la pulpería a tomar unas cervezas, y quien nos mandaría no hacer caso al dicho “Nadie compra una vaca teniendo la leche gratis”, bien caras las pagamos en la taberna cuando las teníamos gratis en la haima.



No hubo muchos visitantes que pasaran de largo ante aquel espectáculo de fuego y caldero la mayoría preguntaba por el menú, algunos jocosamente preguntaban la hora a la que tenían que acudir para comer e incluso alguno preguntó si faltaba mucho para el chocolate -¿Chocolate con tomate? ¡Qué disparate!-.

Después de bastante rato de cocción acompañado de cervezas y vinos, de muchos cates a la marmita, y sus correspondientes correcciones de sal, -Comida sin vino, ni olla sin sal, no es manjar-, el cocinero decidió que aquellas patatas estaban listas y que era momento de añadir los 8 kilos de bonito apropiadamente troceado en forma de dados.

La comida estaba prevista para 20 adultos y 7 niños, pero haciendo gala de nuestra hospitalidad invitamos a nuestra mesa a 5 miembros de la cofradía de los santos médicos -Gente de trato llano, esa es de mi agrado- que después de haber sanado a los valientes guerreros que se alistaban para la batalla, regresaban a sus hogares y decidieron hacer un alto en su camino para refrescarse con nuestro vino, sacaron el embutido y las gambas que portaban en sus alforjas y al igual que el marmitako fue compartido entre todos los comensales. Fruta para concluir y un exquisito bizcocho de manzana -A nadie le amarga un dulce, aunque tenga otro en la boca-, elaborado por la Beguina Leonor de Beasant dieron por terminada la comida de este día tan …, tan…, tan ocioso ya que todas las tareas empezadas fueron rápidamente abandonadas.

Recogida la mesa nos desplazamos hasta una taberna próxima donde degustar un café, un refresco e incluso un licor o un cubata, allí estábamos departiendo cuando llegaron los caballeros de Urrea que pasaban camino del campamento, quedamos en vernos más tarde pero aquello sucedió mucho antes de lo previsto porque en cuanto llegaron al campamento comprobaron que no había nadie, o por lo menos nadie despierto y decidieron volver, se sentaron en la misma terraza que estábamos nosotros y comenzamos una agradable tertulia en la que recordamos eventos pasados en tierras de Rubielos o de Teruel y sobretodo eventos futuros en tierras de Alcora, nos invitaron a compartir con ellos el inicio de los eventos medievales en su tierra -Muchos son los invitados, y pocos los aceptados- y quedamos a la espera de recibir información sobre esta cita.



La tertulia era agradable pero debíamos irnos a prepararnos para recibir a su majestad el Rey Pedro II de Aragón y acompañarlo hasta la plaza del seminario. Los de Urrea marcharon hasta su hotel para pertrecharse adecuadamente y nosotros hicimos lo propio en nuestro campamento. Llegó el lugarteniente del Rey y su escudero pero su alteza no aparecía. Por fin, llegó y nos explicó el recorrido definitivo del desfile, montamos la comitiva junto con todos los caballeros reunidos en el campamento militar y emprendimos marcha, al cruzar el viaducto se incorporaron a la comitiva un amplio grupo de tropas ultramontanas que deseaban acompañar a D. Pedro II.







Durante el recorrido solicité al rey la posibilidad de entregarle un pergamino con la puesta a su disposición de las tropas templarias y hospitalarias ya que no estaríamos incluidos en ningún listado de los escribanos que registraba la participación, ya que como orden militar con voto de obediencia, -Donde manda patrón, no manda marinero-, no tenía sentido el alistamiento porque el Maestre decide y el resto obedece, orden militar con voto de pobreza la encomienda nos provee de todo más de nada somos dueños y por tanto no tenemos nada que dejar en testamento y como monjes guerreros es de esperar que no tengamos necesidad de un confesor ajeno a la orden.
El Rey me indica que no habrá problema -A lo que el Rey manda y Dios ofrece, hay que hacerse-, pero que debería comentarlo con la regidora de la escena. Durante el desfile me pongo en contacto con la encargada de tiempos y le comento la posibilidad de participar en la escena, ella por su parte habla con la regidora y me dicen que debo salir del desfile y acudir de inmediato a la mesa de sonido a colocarme el micro para poder dirigirme a su majestad y que se me oiga en la plaza, así que en llegando al ayuntamiento salgo a la carrera con el escudo a la espalda, el casco ceñido, el pergamino dentro de la sobrevesta, la espada al cinto y la lanza en ristre y consigo llegar a la mesa de sonido, donde me comunican que debo despojarme del casco, del almófar y de la crespina para colocarme el micro, rápidamente obedezco órdenes, me lo coloco y me reintegro al desfile cuando la cabeza del mismo entraba en la plaza. El Rey sube al escenario y se dirige al Tenente de la Villa, al juez de Teruel y al resto de ciudadanos, y cuando llega mi momento me adelanto



y pongo en conocimiento del monarca lo siguiente

Freire Sancho López de Lienda, Maestre de la Encomienda Templaria y Hospilaria de Teruel, en la gozosa ocasión del llamamiento a la cruzada convocada por el Papa Inocencio III y por su majestad D. Pedro II, para renovar la vocación permanente por la búsqueda de la verdad, la atención de los saberes y la lucha contra el infiel, hace saber que se pone a disposición de Dios Nuestro Señor y de su majestad el Rey de Aragón, caballeros templarios procedentes de Gúdar, Mora, Rubielos, y la Celfa y caballeros hospitalarios de Turrimatmurah, Tirwal, Çaragoça, y Martín, perfectamente pertrechados para la batalla y acompañados todos ellos de sus correspondientes cabalgaduras y escuderos

De todo ello se da fe el día de San Remigio de MCCXII en la inmortal ciudad de Teruel,
el senescal.

Fr. Galzeran de Tirwal


Termina la escena y el Rey emprende camino de regreso hacia el campamento militar de extramuros pero antes de llegar, las tropas decidimos detenernos en las tabernas de la villa para reponer fuerzas y sobretodo los líquidos perdidos por efecto de la buena temperatura de la noche pero sobretodo de los ropajes de combate que portamos, terminadas las cervezas -El buen bebedor bien sabe, cuánta cerveza le cabe- y siempre acompañados de nuestro grupo de timbales comenzamos el camino de regreso hasta nuestra haima donde degustamos una sabrosa sopa -Buen vino y sopas hervidas, le alargan al viejo la vida-, algunas piezas de conserva y jamón.

Concluida la cena y mientras estábamos en torno de la lumbre llegaron nuestros amigos de Alcora, los caballeros de Urrea y las damas de Alcalatén, estuvimos departiendo del desfile y nos mostraron su malestar por la desorganización del mismo y la falta de consideración hacia los nobles de Aragón que acompañarían al Rey D. Pedro, no hubo discusión acerca de este tema porque no podíamos estar más de acuerdo con ese sentir, seguimos dialogando sobre otros muchos temas y en concreto del sablazo que les pegaron en la pulpería del mercado medieval que se encontraba en las proximidades del campamento -Gran rico hacen los dineros, y gran señor su desprecio-, al oír el relato, el Freire de Martín reclama mi atención y me pregunta que cuantos miembros componen la expedición de los de Alcora, le respondo que 18 y comenzamos con las gestiones de trabajo subterráneo, preguntamos al freire cocinero si podemos asumir ese incremento de comensales para las lentejas medievales del día siguiente -Lentejas, que si quieres las comes y si no las dejas-, se empiezan a debatir posibilidades, si añadir más patata, si incluir arroz, si intentar localizar algún comercio abierto el domingo donde encontrar un par de kilos de lentejas o si rebuscar en las alacenas de las casas de los hermanos hasta dar con ese par de kilos, esa parece ser la solución y así puesto al habla con el hermano cocinero le vuelvo a preguntar si será capaz de resolver aquel pequeño problema de casi doblar las raciones, su respuesta fue afirmativa, no esperaba menos de él y del resto de los hermanos que rápidamente se brindaron a solucionar aquel ligero inconveniente -Para amigo, cualquiera; para enemigo, quien quiera-.

Creo que los de Urrea no percibieron todo aquel tejemaneje de idas y venidas de hermanos y de beguinas hasta que por fin, dirigiéndome a ellos les invite a que nos acompañaran al día siguiente en la comida que tendría lugar después del desfile. Ellos accedieron gustosos a acompañarnos –Gato escaldado, del agua fría huye- y continuamos departiendo degustando nuestro Noccino hasta que la noche se nos echó encima y como “una retirada a tiempo es una victoria” decidimos cerrar el campamento y marcharnos a descansar hasta el día siguiente, mientras que los de Alcora optaban por dar una vuelta por la villa.

Amaneció el domingo con una niebla cerrada y emprendí camino hasta el campamento, a mi llegada, encontré la haima cerrada y todo guardado en su interior, -uno y ninguno suman uno- pero como “más vale solo que mal acompañado” en mi soledad comencé a disponer todo para cuando llegaran mis hermanos y así coloqué el trípode alrededor del fuego, encendí la lumbre con las brasas que quedaban de la noche anterior, instalé el armero para las lanzas y estandartes y enseguida llegó el hermano de la Vega que el día anterior no había podido acompañarnos y que por eso acudía con ganas -A buenas ganas, huelgan las salsas-, emprendimos una botella de vino y unos trozos de pan con conserva mientras fueron llegando el resto de los freires. Al olor del fuego, o la vista del almuerzo fueron llegando caballeros del campamento y los caballeros de Urrea y sus damas que fueron adecuadamente agasajados con pequeños bocadillos de pan con longaniza y costilla en conserva, hasta que llegó el momento de montar el desfile que debía llegarse hasta la plaza del seminario para recoger al Rey y emprender camino hacia la batalla. Se colocaron los estandartes del temple y del hospital en cabeza del desfile, tras ellos nuestros timbales que marcaban el ritmo de la marcha y tras ellos el resto de las tropas y emprendimos camino hasta la plaza del seminario, llegados a ella, la atravesamos pasando entre la gente que esperaba a que el Rey nombrara caballeros a los vecinos de la villa de Teruel que no tenían esa condición, entre ellos a Diego de Marcilla y como “En octubre de la sombra huye, pero si sales al sol, cuida de la insolación” esperamos unos a la sombra del Seminario y otros al sol a que su majestad D. Pedro II de Aragón decidiera comenzar el camino hacia la batalla.



Acompañamos al Rey por las calles de la villa despidiéndonos de ella y de los habitantes que se quedaban y al llegar a la catedral de Santa María de Mediavilla, el monarca se detuvo a orar y lo propio hicimos el resto de las tropas, el Rey mando rodilla en tierra y tras la bendición del obispo entonamos el Pater Noster de despedida.
Reemprendida la marcha pasamos bajo la torre de San Martín



y abandonamos la villa de Teruel por el Portal de Daroca y la cuesta de la Andaquilla, esta era la verdadera imagen de esta nueva fiesta La Partida de Diego, Diego bajando por la cuesta de la Andaquilla acompañando al Rey y todas sus tropas y la ciudad a la espalda.



Rotas las filas era el momento del retornar al campamento, no sin antes parar en una taberna y degustar algunas cervezas para reponer. Llegados a la haima las lentejas empezaban a adquirir un aspecto inmejorable así que ligeros momentos de cerveza y vino y cuando hubieron llegado nuestros amigos de Alcora, comenzamos con el reparto de la comida. Donde estaba previsto que comiéramos 22 adultos y 7 niños, teníamos que añadir a los de la Vega, al freire de Vanyón, al maestro trebuchetario y su dama que se incorporaron y a los 18 amigos de Alcora.



El freire cocinero, como buen vasco, había dejado el pabellón bien alto, comimos todos, la mayoría repitió e incluso algunos, bastantes, dimos cuenta de tres platos de lentejas -De hambre a nadie vi morir, de mucho comer, cien mil- e incluso sobró alguna ración para el día siguiente, de nuevo la Beguina Leonor nos deleitó con dos bizcochos de manzana que acompañaron al café y al vino de nueces.

Los caballeros de Urrea y las Damas de Alcalatén nos explicaron detalladamente sus planes para llevar a cabo un evento medieval en Alcora en las primeras calendas del mes de Diciembre y no dejaron de insistir en que cuentan con nosotros para que les acompañemos en ese evento, de nuevo “de una boda sale otra”. Nos despedimos de ellos con la promesa de que probablemente haya representación turolense en Alcora y también la promesa de que hasta el día de antes no le confirmaremos cuantos formaremos esa representación -Lentitud en prometer, seguridad en cumplir-.

Llegada la media tarde comenzamos a recoger todos nuestros bártulos pero alguien decidió que era preferible tomar un refrigerio antes de comenzar a desmontar y eso hicimos en una terraza próxima -Para saber mandar es preciso saber obedecer-, hasta que concluidas las consumiciones y con las fuerzas repuestas decidimos comenzar a desmantelar el campamento, rápidamente estaba la haima en el suelo, las telas en el saco y las mesas y bancos en la carreta, todo recogido y de nuevo a descargar los enseres, allí nos encontramos el Freire de Vanyón, el de Toroel, el de Martín, que llevaba la carreta, el de Lienda, el de la Vega, el de Danluma y yo mismo y en un periquete estaba todo colocado en su sitio, presto y dispuesto para la próxima ocasión.
El de Martín y el de Vanyón marcharon a devolver la carreta y el de la Vega y el de Lienda se fueron a terminar de almacenar el resto de los cachivaches.
Y así dimos por concluida la Partida de Diego a tierras castellanas para hacer la fortuna que le permitiera volver a Teruel después de cinco años y casarse con su amada Isabel de Segura